lunes, 10 de septiembre de 2018

CAPÍTULO I ADIÓS MI TERRUÑO



Recuerda siempre:
Aunque te vieses obligado a partir de la tierra que te vio nacer,
 hayas sido acogido en una nueva patria y la sientas como tuya,
 esta siempre será tu tierra y la llevarás en tu corazón hermano. 

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I
NOS VAMOS A CUBA

Hubo una época en que la cochinilla fue una gran fuente económica en las islas Canarias. Había tuneras por todas partes, era algo habitual en todas las zonas, sobre todo, en laderas, a orillas de los barrancos, también utilizadas en ciertos lugares para separar linderos. Eran perfectas por su enraizamiento para sostener terrenos inestables y, eran utilizadas para sustituir los costosos y laboriosos muros de piedra. Este era un recurso muy utilizado por la gente más humilde.

         Después de años de prosperidad con la venta y exportación de la cochinilla llegó su final cuando se dejó de utilizar en Europa, sustituida por los tintes sintéticos. Aunque la producción de cochinilla daba para poco, siempre quedaron gentes que la recolectaban y, nunca desaparecieron las tuneras del paisaje, si bien es cierto, que de algunos lugares desaparecieron para dar lugar a huertos de hortalizas, pero en muchos otros siguen existiendo las mismas. El tuno era un fruto muy apreciado. En su época se podía ver sobre grandes piedras planas, rodeadas por un círculo de piedras, el colorido de los tunos pasándose al sol para conservarlos como alimento a lo largo del año. Los lagartos aprovechaban la ocasión para darse un festín. 

         Con la crisis de la cochinilla muchas familias se quedaron sin nada, la comida escaseaba y los habitantes no tenían dinero para comprar. Las empresas de la época no tenían cabida para dar trabajo a tanta gente, así que, muchas familias, o parte de sus miembros tuvieron que tomar la difícil decisión de emigrar a Cuba. Esto le pasó a la familia de Lucianita allá por el año 1900.

Lucianita era una joven aldeana, la hija mayor de una familia numerosa. Las islas estaban muy mal económicamente con abundantes hambrunas y epidemias que se cebaban con la población más débil. La familia de Lucianita, como otras tantas, estaba pasando penurias sin que nada pudieran hacer. En esos momentos no se podían pagar las cantidades que pedían por emigrar a las Américas legalmente y había que hacerlo de forma clandestina, mucho más barato, o por contrata. Muchos canarios buscaron entre familiares y amigos el dinero necesario para conseguir billete de barco, o firmaban contratas con los enganchadores (personas que preparaban estos viajes u ofrecían las contratas). Fue el caso de Lucianita, que no vio otra salida para ayudar. Era la mayor y tenía que dar el paso. La familia tiempo atrás pensó en emigrar y lamentaban no haberlo hecho. Muchas familias recibían ayuda de familiares de Cuba y Venezuela. Las noticias que llegaban eran contradictorias. Gente que jamás se supo de ellos, otros contaban la abundancia… No era fácil tomar la decisión de marcharse lejos, y menos con una familia grande con niños pequeños. 

Lucianita había oído que iban a viajar a Cuba unos conocidos de un amigo y se interesó por el viaje. Le contaron que saldría de forma clandestina hacia la Habana, y una vez allí se regularizaría la situación. Los empresarios del lugar estaban esperando con las manos abiertas a los emigrantes que llegaban para ofrecerles trabajo. Con lo que se cobraba allí, una persona podía vivir muy bien, además de poder ayudar a su familia enviándole dinero. Si las cosas le iban bien podía mandar a buscar a la familia y volver a estar todos juntos.



La muchacha de veinte años se ilusionó con la aventura. Se lo planteó a sus padres, les daba miedo, pero no pusieron mucha objeción, ya que era una necesidad. Reunieron algo de dinero y se fue al encuentro de las personas que organizaban el viaje, como no tenía suficiente, firmó una contrata que le obligaba a trabajar para el propietario por el que había firmado. Tenía ante sus ojos una buena oportunidad tanto para ella como para el resto de la familia. Faltando unos días empezó a preparar la vieja maleta que tenía en casa. No era mucho lo que podía llevarse, un poco de ropa y algunos recuerdos. Familiares y amigos vinieron a despedirla la tarde antes de partir. Le llenaron la maleta con gofio, tunos e higos pasados para saciar su hambre durante el trayecto. Una muy emotiva despedida de toda su familia, que se sentía orgullosa de las agallas y valentía que había mostrado Lucianita para ayudar a sus seres queridos.

De madrugada cogió el camino hacia Las Palmas a pie junto con otros hombres y mujeres que se juntaban por el camino. Portando sus enseres hablaban animadamente por el trayecto, de sus sueños en la nueva tierra que les acogería, imaginándose la mejor vida que encontrarían. Todos contaban las buenas noticias que los emigrantes mandaban en carta a los familiares. Grandes extensiones de terreno plantadas de tabaco y caña de azúcar, agua y comida en abundancia todo el año, todo lo que contaban era maravilloso.

Lógico, por otra parte, no los iban a preocupar con lo malo, de eso tenían ya de sobra en su tierra. Tampoco les contaban como muchos empresarios los tenían explotados por un mísero sueldo trabajando de sol a sol. Lo que si estaba claro era que fueran donde fueran tendrían que trabajar duro para ganarse la vida y ayudar a sus familias. Ellos en su tierra estaban acostumbrados a las carencias y vivían con ellas. En Cuba era otra forma de vida y se ganaba muchísimo más dinero, pero si vivían con un nivel más alto sin ahorrar, estarían mejor que en su tierra, pero se lo gastarían igual. Las personas que emigraban lo hacían con la ilusión de ayudar a sus familias, hacer fortuna para regresar y comprar tierras para hacerse su casa, vivir un poco más acomodados y comer de lo que les diera su tierra o las rentas.

Manuel le había dado la información del viaje a Lucianita y, estaba entusiasmado con la idea junto con otros amigos. Todo era muy bonito, salir del pueblo y llegar a la tierra de la abundancia. El mayor problema era conseguir el dinero que costaba el billete del barco que les llevaría a ese paraíso soñado. Malvivía con su familia como todos en esa época de carestías y hambrunas. Era un muchacho joven, alto y fuerte, pero sin ningún aliciente de supervivencia en su pueblo, ni tampoco en los cercanos, porque la situación era generalizada para las gentes humildes, casi todos con más de cinco miembros en el núcleo familiar.


Hacía todo lo que podía para conseguir el dinero para pagar su viaje, pero se le hacía muy cuesta arriba, conseguir esa cantidad en la época; no era tarea fácil. Su madre, viuda desde hacía unos años, poseía unas tierras de cultivo con un pequeño manantial que le proporcionaba agua para la casa, los animales y regar las tierras. Su padre había fallecido hacía unos años, cuando cuidaba del ganado corriendo por aquellos riscos, en los altos de la Aldea, detrás de unas cabras se despeñó y murió, dejando a una viuda y seis hijos. Manuel era el tercero, las dos mayores eran mujeres.

Su familia resistía como todas las de la zona con mil penalidades, con lo justo para comer y poco más. Ante la falta de recursos y las calamidades que estaban pasando, Manuel decidió arriesgarse y viajar a Cuba para intentar hacer fortuna y ayudar a su familia, con la esperanza de regresar un día con los bolsillos llenos para comprar tierras y vivir mejor. Este era el deseo de todos aquellos que fantaseaban con la idea de emigrar hacia la consecución de sus sueños. El sueño de hacer fortuna y un día regresar y volverse a establecer con su gente, para adquirir tierras con las que mantener a la familia.

Este valiente muchacho con tan solo dieciocho años recién cumplidos se deslomaba trabajando donde encontraba. Después de atender las cabras y animales de la familia se iba a echar un jornal allá donde le apareciera, trabajaba noche y día si era preciso, tenía el objetivo de conseguir la astronómica cifra del viaje, pero se acercaban las fechas para partir y solo tenía ahorrado una tercera parte. Por mucho que trabajara, más los ahorros de la familia veía imposible conseguir tal cantidad de dinero. Su madre había acudido a todo el que podía en busca de ayuda, pero todos los vecinos estaban en una situación muy precaria.

Lo único que tenía la familia eran sus animales y tierras que le daban algo para subsistir, pero no disponían de ahorros. Cuando las fechas se echaban encima y ante la imposibilidad de conseguir el dinero necesario para los gastos del viaje, su madre tomó la dolorosa decisión de acudir a un prestamista de la zona. Consiguió el dinero empeñando las tierras que poseían en el pueblo con la esperanza de que su hijo viajara a Cuba, consiguiera un buen trabajo y en un año tener el dinero para devolvérselo al prestamista y recuperar las tierras de la familia.

Algunos familiares y vecinos se tiraban las manos a la cabeza cuando conocían la noticia. No daban crédito a semejante decisión y le advertían del peligro de confiar en un chico tan joven para semejante responsabilidad. Le advertían que como joven que era, cuando estuviera establecido en esa tierra y tuviera mejor posición, se olvidaría del pueblo y la familia dedicándose a vivir su vida, por lo que ella y sus otros hijos lo perderían todo, pasando a una situación aún más difícil. Nadie le daba esperanzas, más bien todo lo contrario pero, su madre, tenía plena confianza en su hijo. Manuel le había jurado a su madre que recuperaría el dinero para que pudiesen pagar al prestamista por las tierras embargadas, además de enviarles dinero para que pudieran vivir mejor. Su madre cada noche le recordaba su promesa, advirtiéndole que de él dependía el futuro de la familia, Manuel siempre le aseguraba que nunca les olvidaría y, mientras tuviese los brazos fuertes para trabajar, no les faltaría esa ayuda.



Con el dinero en su poder pagó los gastos del viaje, e hizo los preparativos, una maleta con algo de ropa, gofio, tunos e higos pasados para saciar el hambre durante el viaje y, su guitarra, que era su gran tesoro, ese era todo su equipaje. Una emotiva cena en familia para la despedida, de madrugada coger el camino hacia Las Palmas con el resto de conocidos para embarcar rumbo a sus sueños de hacer fortuna y conseguir que su madre y hermanos no pasaran tantas calamidades, sobre todo hambre, por la mala situación que atravesaban las gentes de nuestra querida tierra.

         Martín era otro joven del pueblo que se había propuesto saltar el charco y viajar a Cuba. Su familia era numerosa con siete miembros más los abuelos, ya muy mayores, que apenas podían valerse por sí mismos. No tenían tierras ni animales como algunas otras familias, solo la pequeña casa de los abuelos donde vivían todos. Su forma de ganarse la vida era trabajando a jornal, cuando encontraba algo, pero últimamente, las cosas no estaban bien, pasaban mucha hambre y penalidades, nadie escapaba de esta situación en aquellos tiempos. 

Su sueño quedaba truncado, porque le era imposible conseguir una cantidad tan elevada y poder abonar el costoso viaje. Su familia no tenía ni tierras para empeñar ni animales para vender. Esto le desesperaba, porque era el sueño que tenía para casarse con su novia Marta, una chica del mismo pueblo con la que llevaba tres años de noviazgo. No habían contraído matrimonio porque no tenían dinero. Los dos provenían de gente muy humilde que no poseían propiedades, solo sus brazos para trabajar pero, el trabajo escaseaba y poco había para comer.

Cuando decidió irse a Cuba para hacer fortuna, su novia Marta rompió a llorar destrozada, con veinte años y más de tres de noviazgo, no conseguiría a nadie y se quedaría para vestir santos, porque él, se olvidaría de ella. Por mucho que le prometiera que la mandaría a buscar desde que se estableciera y comenzara a trabajar, no convencía a la joven que se veía sola y abandonada. Aunque trataba de explicarle que eso no sucedería, ella no le creía y le instaba a llevársela con él o a quedarse en el pueblo esperando a que las cosas mejorasen para casarse, de lo contrario, no querría saber más de él en la vida.


Martín trataba de explicarle que si era difícil conseguir el dinero para un pasaje, para dos sería imposible y, la única manera de estar juntos en el futuro y ser felices, pasaba por buscar los medios para que él pudiese viajar y luego mandarla a buscar. Además, le explicaba que tenía miedo de llevarla con él, porque no sabían lo que se iban a encontrar, ni lo que les depararía el futuro una vez llegaran a Cuba. Marta no se atenía ni a razones ni explicaciones, tenía muy claro que o la llevaba con él o no volvería a mirarle a la cara en su vida. Estaba dispuesta a lo que fuera por acompañarle en el viaje y, haría todo lo posible por conseguir arreglar el tema de los pasajes por medio de su padre, así quedaron, ella hablaría con su padre para ver qué podía hacer por ellos.

Los vecinos del pueblo conocieron la información del viaje por parte de Juanito el marchante, padre de Marta. Este hombre recorría todos los rincones de la isla llevando y trayendo animales para la venta de carne y traficando con ellos. Conocía a mucha gente por su labor comercial, así que Marta desesperada porque Martín no partiese sin ella, habló con su padre para buscar alguna solución. El pobre hombre, ni por asomo tenía tal cantidad de dinero, ni medios para conseguirlo, pero le prometió a su hija hablar con la persona que le dio la información, para ver si había otro medio de pagar el viaje. 

El buen hombre, en uno de sus viajes, en busca de unas cabras viejas para vender en el pueblo su carne, se desplazó a Las Palmas y localizó a la persona que le había dado la información de la partida del barco hacia Cuba. Era un comerciante que conocía desde hacía años y, con el que hacía tratos, comprándole o vendiéndole mercancía, a la vez que le compraba algunos artículos para encargos que tenía en la Aldea. No es que fueran grandes amigos, pero se conocían desde hacía años. Llegó al establecimiento de Antoñito, como a las diez de la mañana, el comercio estaba bastante concurrido a esa hora, así que, esperó pacientemente hasta que pudo hablar con él.

Antoñito por su negocio conocía a muchísima gente, sobretodo de los pueblos que venían a comprarle, por ello se encargaba de dar la información de estos viajes clandestinos, por cada pasajero que fuese de su parte, tenía una comisión. Por eso daba la información a gente como Juanito, que era marchante y recorría muchos pueblos, le daba una propinilla dependiendo de la gente que le recomendara. Tanto su yerno como Lucianita y el resto de aldeanos y moganeros que iban a realizar ese viaje venían recomendados por Juanito, por ello, le iba a pedir si había algún arreglo para que pudiesen viajar su hija y su yerno y algunos otros que le habían preguntado que si había alguna otra forma de pagar la deuda del viaje, después de estar establecidos en Cuba y, a eso venía, a buscar otras fórmulas de pago. 

Le explicó la situación de su hija y su yerno, así como la de otra gente que tenía la intención de viajar, pero no conseguían el dinero para costeárselo. Cuando Juanito le explicó la situación y los problemas de algunas personas para conseguir el dinero, Antoñito le dijo que los promotores del viaje, porque él era solo un intermediario, con alguna gente solían hacer unos contratos, en los cuales había que trabajar en una plantación determinada hasta cubrir el importe adeudado, pero siempre pedían un mínimo, nunca permitían la deuda completa. También le dijo que había escuchado que había que hacer un trabajo muy duro y no podían dejarlo hasta que la deuda estuviera cubierta, pero no podía darle mucha más información porque no sabía nada más que lo que había escuchado y no sabía que había de cierto.



Antoñito le dio una dirección para que fuera a hablar con el enganchador que organizaba estos viajes, y Juanito, partió en busca de soluciones. Llegó a una casa muy grande y elegante en la zona de Vegueta, llamó a la puerta, dijo que venía de parte de Antoñito y le hicieron pasar. Le atendió un señor de mediana edad, muy bien vestido. Juanito le explicó el motivo de la visita y quedó muy satisfecho, porque había una solución para el problema del pago. Tendrían que abonar un mínimo por persona, firmar un contrato en el cual se comprometían a trabajar en una plantación a la cual serían conducidos cuando llegaran a Cuba, con una duración de ocho meses. 

Como Juanito hacía de intermediario de Antoñito, llegó a un trato más ventajoso para su hija y su yerno, pagarían una pequeña cantidad por cada uno, él no tendría comisión por ninguno de los viajeros que había conseguido y, su hija y yerno, solo tendrían que cumplir seis meses de trabajo, el resto de personas que viajaran en esas circunstancias tendrían que atenerse a este acuerdo, no sin antes firmar el contrato, comprometiéndose a cumplir con lo estipulado y el tiempo de permanencia en la plantación. Juanito como sabía que los suyos eran buenos trabajadores y cumplidores, no le preocupó que estuvieran seis meses en esas tierras para cubrir la deuda. Las personas que firmaron este tipo de acuerdos, algunos, no sabían leer y, los que sabían, no entendían prácticamente nada de lo escrito, solo sabían que, según la cantidad pagada, estarían más o menos tiempo de contrata, pero como a nadie le asustaba el trabajo y, era a lo que iban, no les importó firmar. 

Cuando Juanito regresó de Las Palmas le dio la feliz noticia a su hija, ésta corrió como loca para informar a su novio Martín y la familia de éste. Ambas familias se reunieron y, entre todos, aportaron su parte para pagar el pasaje, pero la condición que pusieron fue que tenían que contraer matrimonio, tal y como mandaban los cánones de la época. Arreglaron todo y se casaron el día antes de la partida, por ser la única fecha de que disponía el cura. Prepararon su equipaje para partir esa madrugada como recién casados en busca de una vida mejor, lejos de su tierra y su gente. Estaban muy felices, sobre todo Marta, que había puesto todo su empeño en viajar junto a su ahora marido y el resto de vecinos que les acompañarían.

Ambrosio, otro joven del pueblo, que se había dedicado a la recolección de orchilla, en los peligrosos acantilados de la Aldea, después de ver tantas muertes por despeñamiento de muchos compañeros, en aquel peligroso trabajo que estaba en decadencia, se unió a la expedición de los que dejaban el pueblo para irse a Cuba. No se llevó a su novia, prometiéndole mandarla a buscar cuando estuviera establecido y, junto a su buen amigo Nicolás, con tan solo dieciocho años, partieron esa madrugada hacia la capital para embarcarse.