Los acantilados costeros de canarias son muy
ricos en orchilla, liquen utilizado para tintes y que generó un comercio
importante en Canarias desde las primeras penetraciones europeas en el siglo
XV. Pero su recolección era una actividad muy peligrosa ya que el liquen crece
en los cantiles costeros orientados a barlovento y requería, en muchos casos,
el riesgo de colgarse con sogas para acceder a las zonas donde se hallaba,
sobre todo según iba escaseando, dada la sobreexplotación a que estaba
sometido, por lo que llegó un momento en que casi quedó extinguido a no ser en
los lugares más inaccesibles y peligrosos.

Los
precios de la orchilla fueron elevados a lo largo de los siglos XVI y XVIII,
donde sólo determinadas familias podían recurrir a su recolección, siempre bajo
el control de la administración, previo el remate oficial, por períodos de seis
años, el tiempo del ciclo de reproducción y crecimiento del liquen. No
obstante, habría que destacar que se realizaron fuera de la ley, en un contexto
de un comercio clandestino y contrabandístico con comerciantes intermediarios.
Primeramente, un orchillero especializado podía recoger un máximo de 4 ó 5
libras por día. Esa libra se pagaba a finales del siglo XVIII entre 2 y 3
reales de vellón, con lo que a simple vista podía obtener una media de 6 u 8
reales de vellón por jornada de buena recolección, cuando el jornal en el campo
estaba en 4 reales. En esta proporcionalidad, con sólo 5 ó 6 jornadas buenas un
orchillero podía adquirir el capital necesario para comprar una fanega de trigo
(45 rs. v).

Se trata de difíciles pasos por estrechos
andenes, de acantilados casi en vertical, con alturas de hasta 500 metros sobre
el nivel del mar. Son varios los accidentes mortales que tienen lugar en los
pasos de montaña sobre el mar, utilizados por orchilleros y mareantes, de los
que recogemos dos muy trágicos: El ocurrido, en 1826, a Nicolasa Téllez, en El
Andén Verde, camino de Las Arenas y, en 1876, a Marta Segura, en El Andén
Blanco, en los acantilados de Roque Colorado. En ambos casos sus restos,
esparcidos por los andenes, no pudieron extraerse, teniendo que enterrarse en el
mismo lugar.