Recuerda
siempre:
Aunque
te vieses obligado a partir de la tierra que te vio nacer,
hayas sido acogido en una nueva patria y la
sientas como tuya,
esta siempre será tu tierra y la llevarás en
tu corazón hermano.
Consíguela
en versión electrónica en Amazon:
I
NOS VAMOS A CUBA
Hubo una época en que la
cochinilla fue una gran fuente económica en las islas Canarias. Había tuneras
por todas partes, era algo habitual en todas las zonas, sobre todo, en laderas,
a orillas de los barrancos, también utilizadas en ciertos lugares para separar
linderos. Eran perfectas por su enraizamiento para sostener terrenos inestables
y, eran utilizadas para sustituir los costosos y laboriosos muros de piedra.
Este era un recurso muy utilizado por la gente más humilde.
Después de años de prosperidad con la venta y exportación de
la cochinilla llegó su final cuando se dejó de utilizar en Europa, sustituida
por los tintes sintéticos. Aunque la producción de cochinilla daba para poco,
siempre quedaron gentes que la recolectaban y, nunca desaparecieron las tuneras
del paisaje, si bien es cierto, que de algunos lugares desaparecieron para dar
lugar a huertos de hortalizas, pero en muchos otros siguen existiendo las
mismas. El tuno era un fruto muy apreciado. En su época se podía ver sobre
grandes piedras planas, rodeadas por un círculo de piedras, el colorido de los
tunos pasándose al sol para conservarlos como alimento a lo largo del año. Los
lagartos aprovechaban la ocasión para darse un festín.
Con la crisis de la cochinilla muchas familias se quedaron
sin nada, la comida escaseaba y los habitantes no tenían dinero para comprar.
Las empresas de la época no tenían cabida para dar trabajo a tanta gente, así
que, muchas familias, o parte de sus miembros tuvieron que tomar la difícil
decisión de emigrar a Cuba. Esto le pasó a la familia de Lucianita allá por el
año 1900.
Lucianita era una joven aldeana,
la hija mayor de una familia numerosa. Las islas estaban muy mal económicamente
con abundantes hambrunas y epidemias que se cebaban con la población más débil.
La familia de Lucianita, como otras tantas, estaba pasando penurias sin que
nada pudieran hacer. En esos momentos no se podían pagar las cantidades que
pedían por emigrar a las Américas legalmente y había que hacerlo de forma
clandestina, mucho más barato, o por contrata. Muchos canarios buscaron entre
familiares y amigos el dinero necesario para conseguir billete de barco, o
firmaban contratas con los enganchadores (personas que preparaban estos viajes
u ofrecían las contratas). Fue el caso de Lucianita, que no vio otra salida
para ayudar. Era la mayor y tenía que dar el paso. La familia tiempo atrás
pensó en emigrar y lamentaban no haberlo hecho. Muchas familias recibían ayuda
de familiares de Cuba y Venezuela. Las noticias que llegaban eran
contradictorias. Gente que jamás se supo de ellos, otros contaban la
abundancia… No era fácil tomar la decisión de marcharse lejos, y menos con una
familia grande con niños pequeños.
Lucianita había oído que
iban a viajar a Cuba unos conocidos de un amigo y se interesó por el viaje. Le
contaron que saldría de forma clandestina hacia la Habana, y una vez allí se
regularizaría la situación. Los empresarios del lugar estaban esperando con las
manos abiertas a los emigrantes que llegaban para ofrecerles trabajo. Con lo
que se cobraba allí, una persona podía vivir muy bien, además de poder ayudar a
su familia enviándole dinero. Si las cosas le iban bien podía mandar a buscar a
la familia y volver a estar todos juntos.
La muchacha de veinte
años se ilusionó con la aventura. Se lo planteó a sus padres, les daba miedo,
pero no pusieron mucha objeción, ya que era una necesidad. Reunieron algo de
dinero y se fue al encuentro de las personas que organizaban el viaje, como no
tenía suficiente, firmó una contrata que le obligaba a trabajar para el
propietario por el que había firmado. Tenía ante sus ojos una buena oportunidad
tanto para ella como para el resto de la familia. Faltando unos días empezó a
preparar la vieja maleta que tenía en casa. No era mucho lo que podía llevarse,
un poco de ropa y algunos recuerdos. Familiares y amigos vinieron a despedirla
la tarde antes de partir. Le llenaron la maleta con gofio, tunos e higos
pasados para saciar su hambre durante el trayecto. Una muy emotiva despedida de
toda su familia, que se sentía orgullosa de las agallas y valentía que había
mostrado Lucianita para ayudar a sus seres queridos.
De madrugada cogió el camino
hacia Las Palmas a pie junto con otros hombres y mujeres que se juntaban por el
camino. Portando sus enseres hablaban animadamente por el trayecto, de sus
sueños en la nueva tierra que les acogería, imaginándose la mejor vida que
encontrarían. Todos contaban las buenas noticias que los emigrantes mandaban en
carta a los familiares. Grandes extensiones de terreno plantadas de tabaco y
caña de azúcar, agua y comida en abundancia todo el año, todo lo que contaban
era maravilloso.
Lógico, por otra parte,
no los iban a preocupar con lo malo, de eso tenían ya de sobra en su tierra.
Tampoco les contaban como muchos empresarios los tenían explotados por un
mísero sueldo trabajando de sol a sol. Lo que si estaba claro era que fueran
donde fueran tendrían que trabajar duro para ganarse la vida y ayudar a sus
familias. Ellos en su tierra estaban acostumbrados a las carencias y vivían con
ellas. En Cuba era otra forma de vida y se ganaba muchísimo más dinero, pero si
vivían con un nivel más alto sin ahorrar, estarían mejor que en su tierra, pero
se lo gastarían igual. Las personas que emigraban lo hacían con la ilusión de
ayudar a sus familias, hacer fortuna para regresar y comprar tierras para
hacerse su casa, vivir un poco más acomodados y comer de lo que les diera su
tierra o las rentas.
Manuel
le había dado la información del viaje a Lucianita y, estaba entusiasmado con
la idea junto con otros amigos. Todo era muy bonito, salir del pueblo y llegar
a la tierra de la abundancia. El mayor problema era conseguir el dinero que
costaba el billete del barco que les llevaría a ese paraíso soñado. Malvivía
con su familia como todos en esa época de carestías y hambrunas. Era un
muchacho joven, alto y fuerte, pero sin ningún aliciente de supervivencia en su
pueblo, ni tampoco en los cercanos, porque la situación era generalizada para
las gentes humildes, casi todos con más de cinco miembros en el núcleo
familiar.
Hacía
todo lo que podía para conseguir el dinero para pagar su viaje, pero se le
hacía muy cuesta arriba, conseguir esa cantidad en la época; no era tarea
fácil. Su madre, viuda desde hacía unos años, poseía unas tierras de cultivo
con un pequeño manantial que le proporcionaba agua para la casa, los animales y
regar las tierras. Su padre había fallecido hacía unos años, cuando cuidaba del
ganado corriendo por aquellos riscos, en los altos de la Aldea, detrás de unas
cabras se despeñó y murió, dejando a una viuda y seis hijos. Manuel era el
tercero, las dos mayores eran mujeres.
Su
familia resistía como todas las de la zona con mil penalidades, con lo justo
para comer y poco más. Ante la falta de recursos y las calamidades que estaban
pasando, Manuel decidió arriesgarse y viajar a Cuba para intentar hacer fortuna
y ayudar a su familia, con la esperanza de regresar un día con los bolsillos
llenos para comprar tierras y vivir mejor. Este era el deseo de todos aquellos
que fantaseaban con la idea de emigrar hacia la consecución de sus sueños. El
sueño de hacer fortuna y un día regresar y volverse a establecer con su gente,
para adquirir tierras con las que mantener a la familia.
Este
valiente muchacho con tan solo dieciocho años recién cumplidos se deslomaba
trabajando donde encontraba. Después de atender las cabras y animales de la
familia se iba a echar un jornal allá donde le apareciera, trabajaba noche y
día si era preciso, tenía el objetivo de conseguir la astronómica cifra del
viaje, pero se acercaban las fechas para partir y solo tenía ahorrado una
tercera parte. Por mucho que trabajara, más los ahorros de la familia veía
imposible conseguir tal cantidad de dinero. Su madre había acudido a todo el
que podía en busca de ayuda, pero todos los vecinos estaban en una situación
muy precaria.
Lo
único que tenía la familia eran sus animales y tierras que le daban algo para
subsistir, pero no disponían de ahorros. Cuando las fechas se echaban encima y
ante la imposibilidad de conseguir el dinero necesario para los gastos del
viaje, su madre tomó la dolorosa decisión de acudir a un prestamista de la
zona. Consiguió el dinero empeñando las tierras que poseían en el pueblo con la
esperanza de que su hijo viajara a Cuba, consiguiera un buen trabajo y en un
año tener el dinero para devolvérselo al prestamista y recuperar las tierras de
la familia.
Algunos
familiares y vecinos se tiraban las manos a la cabeza cuando conocían la
noticia. No daban crédito a semejante decisión y le advertían del peligro de
confiar en un chico tan joven para semejante responsabilidad. Le advertían que
como joven que era, cuando estuviera establecido en esa tierra y tuviera mejor
posición, se olvidaría del pueblo y la familia dedicándose a vivir su vida, por
lo que ella y sus otros hijos lo perderían todo, pasando a una situación aún
más difícil. Nadie le daba esperanzas, más bien todo lo contrario pero, su
madre, tenía plena confianza en su hijo. Manuel le había jurado a su madre que
recuperaría el dinero para que pudiesen pagar al prestamista por las tierras embargadas,
además de enviarles dinero para que pudieran vivir mejor. Su madre cada noche
le recordaba su promesa, advirtiéndole que de él dependía el futuro de la
familia, Manuel siempre le aseguraba que nunca les olvidaría y, mientras
tuviese los brazos fuertes para trabajar, no les faltaría esa ayuda.
Con el
dinero en su poder pagó los gastos del viaje, e hizo los preparativos, una
maleta con algo de ropa, gofio, tunos e higos pasados para saciar el hambre
durante el viaje y, su guitarra, que era su gran tesoro, ese era todo su
equipaje. Una emotiva cena en familia para la despedida, de madrugada coger el
camino hacia Las Palmas con el resto de conocidos para embarcar rumbo a sus
sueños de hacer fortuna y conseguir que su madre y hermanos no pasaran tantas
calamidades, sobre todo hambre, por la mala situación que atravesaban las
gentes de nuestra querida tierra.
Martín era otro joven del pueblo que se había propuesto
saltar el charco y viajar a Cuba. Su familia era numerosa con siete miembros
más los abuelos, ya muy mayores, que apenas podían valerse por sí mismos. No
tenían tierras ni animales como algunas otras familias, solo la pequeña casa de
los abuelos donde vivían todos. Su forma de ganarse la vida era trabajando a
jornal, cuando encontraba algo, pero últimamente, las cosas no estaban bien,
pasaban mucha hambre y penalidades, nadie escapaba de esta situación en
aquellos tiempos.
Su
sueño quedaba truncado, porque le era imposible conseguir una cantidad tan elevada
y poder abonar el costoso viaje. Su familia no tenía ni tierras para empeñar ni
animales para vender. Esto le desesperaba, porque era el sueño que tenía para
casarse con su novia Marta, una chica del mismo pueblo con la que llevaba tres
años de noviazgo. No habían contraído matrimonio porque no tenían dinero. Los
dos provenían de gente muy humilde que no poseían propiedades, solo sus brazos
para trabajar pero, el trabajo escaseaba y poco había para comer.
Cuando
decidió irse a Cuba para hacer fortuna, su novia Marta rompió a llorar
destrozada, con veinte años y más de tres de noviazgo, no conseguiría a nadie y
se quedaría para vestir santos, porque él, se olvidaría de ella. Por mucho que
le prometiera que la mandaría a buscar desde que se estableciera y comenzara a
trabajar, no convencía a la joven que se veía sola y abandonada. Aunque trataba
de explicarle que eso no sucedería, ella no le creía y le instaba a llevársela
con él o a quedarse en el pueblo esperando a que las cosas mejorasen para
casarse, de lo contrario, no querría saber más de él en la vida.
Martín
trataba de explicarle que si era difícil conseguir el dinero para un pasaje,
para dos sería imposible y, la única manera de estar juntos en el futuro y ser felices,
pasaba por buscar los medios para que él pudiese viajar y luego mandarla a
buscar. Además, le explicaba que tenía miedo de llevarla con él, porque no
sabían lo que se iban a encontrar, ni lo que les depararía el futuro una vez
llegaran a Cuba. Marta no se atenía ni a razones ni explicaciones, tenía muy
claro que o la llevaba con él o no volvería a mirarle a la cara en su vida.
Estaba dispuesta a lo que fuera por acompañarle en el viaje y, haría todo lo
posible por conseguir arreglar el tema de los pasajes por medio de su padre,
así quedaron, ella hablaría con su padre para ver qué podía hacer por ellos.
Los
vecinos del pueblo conocieron la información del viaje por parte de Juanito el
marchante, padre de Marta. Este hombre recorría todos los rincones de la isla
llevando y trayendo animales para la venta de carne y traficando con ellos.
Conocía a mucha gente por su labor comercial, así que Marta desesperada porque
Martín no partiese sin ella, habló con su padre para buscar alguna solución. El
pobre hombre, ni por asomo tenía tal cantidad de dinero, ni medios para
conseguirlo, pero le prometió a su hija hablar con la persona que le dio la
información, para ver si había otro medio de pagar el viaje.
El
buen hombre, en uno de sus viajes, en busca de unas cabras viejas para vender
en el pueblo su carne, se desplazó a Las Palmas y localizó a la persona que le
había dado la información de la partida del barco hacia Cuba. Era un
comerciante que conocía desde hacía años y, con el que hacía tratos,
comprándole o vendiéndole mercancía, a la vez que le compraba algunos artículos
para encargos que tenía en la Aldea. No es que fueran grandes amigos, pero se
conocían desde hacía años. Llegó al establecimiento de Antoñito, como a las
diez de la mañana, el comercio estaba bastante concurrido a esa hora, así que,
esperó pacientemente hasta que pudo hablar con él.
Antoñito
por su negocio conocía a muchísima gente, sobretodo de los pueblos que venían a
comprarle, por ello se encargaba de dar la información de estos viajes clandestinos,
por cada pasajero que fuese de su parte, tenía una comisión. Por eso daba la
información a gente como Juanito, que era marchante y recorría muchos pueblos,
le daba una propinilla dependiendo de la gente que le recomendara. Tanto su
yerno como Lucianita y el resto de aldeanos y moganeros que iban a realizar ese
viaje venían recomendados por Juanito, por ello, le iba a pedir si había algún
arreglo para que pudiesen viajar su hija y su yerno y algunos otros que le
habían preguntado que si había alguna otra forma de pagar la deuda del viaje,
después de estar establecidos en Cuba y, a eso venía, a buscar otras fórmulas
de pago.
Le
explicó la situación de su hija y su yerno, así como la de otra gente que tenía
la intención de viajar, pero no conseguían el dinero para costeárselo. Cuando Juanito
le explicó la situación y los problemas de algunas personas para conseguir el
dinero, Antoñito le dijo que los promotores del viaje, porque él era solo un
intermediario, con alguna gente solían hacer unos contratos, en los cuales
había que trabajar en una plantación determinada hasta cubrir el importe
adeudado, pero siempre pedían un mínimo, nunca permitían la deuda completa.
También le dijo que había escuchado que había que hacer un trabajo muy duro y
no podían dejarlo hasta que la deuda estuviera cubierta, pero no podía darle
mucha más información porque no sabía nada más que lo que había escuchado y no
sabía que había de cierto.
Antoñito
le dio una dirección para que fuera a hablar con el enganchador que organizaba
estos viajes, y Juanito, partió en busca de soluciones. Llegó a una casa muy
grande y elegante en la zona de Vegueta, llamó a la puerta, dijo que venía de
parte de Antoñito y le hicieron pasar. Le atendió un señor de mediana edad, muy
bien vestido. Juanito le explicó el motivo de la visita y quedó muy satisfecho,
porque había una solución para el problema del pago. Tendrían que abonar un
mínimo por persona, firmar un contrato en el cual se comprometían a trabajar en
una plantación a la cual serían conducidos cuando llegaran a Cuba, con una
duración de ocho meses.
Como
Juanito hacía de intermediario de Antoñito, llegó a un trato más ventajoso para
su hija y su yerno, pagarían una pequeña cantidad por cada uno, él no tendría
comisión por ninguno de los viajeros que había conseguido y, su hija y yerno,
solo tendrían que cumplir seis meses de trabajo, el resto de personas que
viajaran en esas circunstancias tendrían que atenerse a este acuerdo, no sin
antes firmar el contrato, comprometiéndose a cumplir con lo estipulado y el
tiempo de permanencia en la plantación. Juanito como sabía que los suyos eran
buenos trabajadores y cumplidores, no le preocupó que estuvieran seis meses en
esas tierras para cubrir la deuda. Las personas que firmaron este tipo de acuerdos,
algunos, no sabían leer y, los que sabían, no entendían prácticamente nada de
lo escrito, solo sabían que, según la cantidad pagada, estarían más o menos
tiempo de contrata, pero como a nadie le asustaba el trabajo y, era a lo que
iban, no les importó firmar.
Cuando
Juanito regresó de Las Palmas le dio la feliz noticia a su hija, ésta corrió
como loca para informar a su novio Martín y la familia de éste. Ambas familias
se reunieron y, entre todos, aportaron su parte para pagar el pasaje, pero la
condición que pusieron fue que tenían que contraer matrimonio, tal y como
mandaban los cánones de la época. Arreglaron todo y se casaron el día antes de
la partida, por ser la única fecha de que disponía el cura. Prepararon su
equipaje para partir esa madrugada como recién casados en busca de una vida
mejor, lejos de su tierra y su gente. Estaban muy felices, sobre todo Marta,
que había puesto todo su empeño en viajar junto a su ahora marido y el resto de
vecinos que les acompañarían.
Ambrosio,
otro joven del pueblo, que se había dedicado a la recolección de orchilla, en
los peligrosos acantilados de la Aldea, después de ver tantas muertes por
despeñamiento de muchos compañeros, en aquel peligroso trabajo que estaba en
decadencia, se unió a la expedición de los que dejaban el pueblo para irse a
Cuba. No se llevó a su novia, prometiéndole mandarla a buscar cuando estuviera
establecido y, junto a su buen amigo Nicolás, con tan solo dieciocho años,
partieron esa madrugada hacia la capital para embarcarse.