lunes, 29 de febrero de 2016

EL SOMBRERO DE PAJA, CAPÍTULO XIII, UN PILLO MUY LISTO




XIII
UN PILLO MUY LISTO

En todos los lugares existían los pillos, que les gustaban las trastadas y las bromas. Se aprovechaban de la buena gente y las engañaban abusando de ellas. El personaje que les voy a describir, Severiano, era de esos malos, que no tenía estudios de ninguna clase, no sabía leer ni escribir; pero, era muy listo para buscarse la vida a costa del cualquier ingenuo o buena persona que encontrara. Desde pequeño ya apuntaba maneras. Era parlanchín y embaucador, siempre hacía lo que estuviera en su mano para que otro hiciera su trabajo. Ya de jovencillo se apropiaba del burro de su padre recorriéndose todo el pueblo y los alrededores.

Aprovechaba la noche para hacer sus andadas.

Una noche venía hacia la casa y algo llamó su atención, estaban cayendo las primeras gotas de agua, había un cercado de papas recién azufrado, y el azufre mojado se reflejaba en la oscuridad. Se acercó para comprobarlo y cogió un poco en las manos. Miró dentro de las alforjas y tenía una botella de aceite, le echó un poco y vio como brillaba en la oscuridad, así que siguió su camino dándole vueltas a su cabeza.

Al día siguiente pasó de camino por el cercado del día anterior y le pidió un puño de azufre a su dueño, diciéndole que se lo había mandado a buscar un vecino, solo un poco para echarle a un perro que estaba lleno de garrapatas, así que el buen hombre se lo dio y se marchó a seguir haciendo de las suyas. Al caer la noche se pasó por una finca que tenía naranjos, era el tiempo y estaban cargados de naranjas, pensó que era un buen botín para vender al día siguiente. El hombre amarró el burro a una distancia prudencial, se quitó la ropa, y aunque hacía mucho frío peor era trabajar para conseguir el sustento. Sacó una botella de aceite y se la untó por todo el cuerpo, pelo incluido, sacó la bolsa de azufre y se untó con ella. Con semejante atuendo casi se reflejaba en la oscuridad. Entró en la finca y se dispuso a coger las naranjas, pero al momento unos perros le interrumpieron la tarea. Eran dos y venían como fieras rabiosas a por el intruso con grandes ladridos que se oían por todo el valle. Al llegar a su altura comenzaron a ladrarle mientas él se sujetaba en una rama encaramado al naranjero, con tan mala suerte que se partió el gajo y calló frente a los perros. Los canes ante el olor que desprendía y su reflejo en la oscuridad salieron por donde habían venido dando aullidos, así que siguió cogiendo naranjas.

El dueño de la finca al oír el alboroto de los perros se levantó, llamó a un empleado y fueron a inspeccionar la zona. Mientras tanto nuestro hombre seguía con su labor de coger unos cuantos kilos de naranjas y ya había llevado un par de viajes hasta el burro. Cuando venía de regreso a por más se tropezó de frente con el dueño de la tierra y su empleado, sin pestañear cambiando la voz les dio el alto. Los dos hombres cuando alumbraron con el farol y vieron semejante ser se quedaron paralizados por el miedo. Al verlos les dijo que era el demonio y que venía a por ellos. Aquella pobre gente se meó encima del miedo, se dieron la vuelta y empezaron a correr que se las pelaban por medio de la finca.

Al día siguiente, la aparición del diablo se había propagado por todo el barrio. Los temores de la población ante las apariciones hacían que nadie saliera de noche si no era estrictamente necesario, de hacerlo solo en compañía de alguien por si se les aparecía. Hasta las brujas de aquellos lugares se acobardaban cuando contaban lo que había sucedido. Al describir al ser ante sus vecinos exageraban lo que decían haber visto. Lo describían como un ser verde brillante de unos tres metros de altura con los cuernos retorcidos como los de un gran macho cabrío que expulsaba como fuego verde mientras hablaba dando un fuerte olor a azufre.

***



Nuestro hombre se dedicaba a los trapicheos. Vendía lo que compraba o robaba por el camino. Cuando el género era robado se iba a otros pagos a venderlo. En ese lugar o bien compraba o robaba de nuevo para colocárselo a los otros. Tenía una balanza trucada. Cuando vendía marcaba un peso y cuando compraba otro, con un cuarto de kilo de diferencia.

A una señora de Veneguera que le había vendido dos kilos de naranjas, le parecieron pocas y como siempre, tenía respuesta para todo: le dijo que eran naranjas con mucho zumo y como estaban tan cargadas pesaban mucho más. La señora le encargó que llevara unas judías al hermano que vivía en Tasarte y le pagó por el encargo. Él aceptó gustosamente en hacer el favor. Cuando llegó a Tasarte se dirigió a la casa del señor para darle las judías. Como no estaba salió a recibirlo la mujer, se las entregó pidiéndole el importe de las mismas, que él de favor se las había pagado a su cuñada. La mujer muy extrañada por el hecho sacó el dinero y le pagó.

Pero no siempre le salían bien sus trastadas. Había veces que se le enfrentaban y le llamaban la atención, pero le daba igual, si no era con unos era con otros, siempre tenía de quien aprovecharse.

También era un guasón y se reía de todo el que podía cuando se presentaba la ocasión. Estaban reunidos un grupo de hombres jugando a las cartas con apuestas. Era muy habilidoso en el juego, siempre jugaba con sus cartas, dejándose ganar cuando las apuestas eran cortas y venciendo cuando eran altas. Esa tarde había ganado bastante y decidió dejar de jugar para no levantar sospechas. Mientras otros jugaban, daba vueltas mirando las cartas de los demás. Todos le recriminaban la acción. Comenzó a incordiar buscando diversión. Cada momento se le oía decir:

— ¡Alguien dejó la puerta de la granja abierta!

Los demás no hacían caso, pero empezaban a intrigarse con la frase. Unos pensaban que era alguna señal a alguno de los jugadores de la mesa y lo mandaban a callar. Pinchaba a unos y otros, cuando se veía acorralado volvía con su locución:

— ¡Alguien dejó la puerta de la granja abierta!

Cuando estaba cansado de estar en el lugar se alejó un poco y volvió a pronunciar la frase para el cabreo de los asistentes, hasta que uno le preguntó qué quería decir con sus palabras. Les respondió que había burros, gatos, perros, machos, lagartos, etc. Cuando acabó con la explicación corrió como un galgo por el camino, desapareciendo del lugar sin dejar rastro. Sabía cómo molestaba que les llamara por los apodos familiares y el lío en que se podía meter, pero le daba igual, los dejaba a todos de mal humor y él se iba con la música a otra parte. Todos comentaban que un día lo iban a coger y recibiría su merecido. Sabía que estaría de ruta esa semana haciendo sus trapicheos fuera del pueblo y no los iba a ver, cuando volviera los ánimos estarían más calmados, era difícil encontrárselos a todos juntos, si se encontraba a alguno, lo más que le iba a hacer sería echarle una bronca, no creía que le fueran a intentar dar un par de guantazos.

***

Los muchachos jóvenes desde que empezaban a tener deseos de procrear lo tenían complicado, tenían que consolarse solos, casi siempre hasta que se casaban, aunque algunos se las ingeniaban.

Una noche a la salida del baile cuando se dirigían a casa, Severiano, que últimamente estaba más salido que una punta de lanza, comenzó a hablar de mujeres. La conversación animó a los presentes, participando todos en ella. Severiano propone hacerle una visita a la burra de Panchito el Latero. Al parecer en ocasiones algunos jóvenes utilizaban las burras para desahogarse, pues la zoosexualidad y bestialismo que consta en la iconografía y literatura Clásica también se dio en algunos jóvenes de aquella sociedad tradicional. Esta era la burra que más cerca estaba, las otras estaban muy alejadas. En plena oscuridad se acercaron hasta la cuadra con mucho sigilo para no ser descubiertos. Una vez allí buscaban algo que les pusiera a la altura de la dama. Encontraron un banco, y subidos en él dieron buena cuenta de la burra desahogando sus instintos. La burra estaba encantada por las atenciones recibidas.

Al siguiente día cuando Panchito llegó a la burra vio que allí había pasado algo, no le fue difícil adivinar lo que había ocurrido cuando vio el banco al lado del animal y su comportamiento. Se enfadó mucho porque no era la primera vez que pasaba, estaba harto de que la burra pagara las consecuencias de la fogosidad de los jóvenes del barrio. Durante la semana cuando alguno de los participantes en el cortejo se encontraba comentaban de forma positiva la aventura y coincidían en que había que repetir la experiencia.

***

Los modos de Severiano de timar y engañar no tenían límites, siempre se las ingeniaba para que nadie callera en la cuenta de sus estafas. La dueña de la tienda le hizo el encargo de traerle de la Aldea una caja de ron y le dio el dinero para pagar al proveedor. Partió a sus labores diarias y ver si alguien más necesitaba sus servicios.

Ya en la Aldea, iba por caminos largos y poco habituales, no le interesaba que lo vieran. Unos días atrás había hecho unas compras y aún las debía. Llegó a la playa y se encontró un barquillo llegado de Agaete. Había un grupo de gente alrededor, estaban vendiendo sardinas saladas y otros productos. Vio una oportunidad de negocio así que invirtió el dinero que le había dado Jesusita para pagar el ron. Salió de la playa con las alforjas cargadas, contento por el beneficio que iba a sacar vendiendo los productos que había comprado. Se dirigió al comercio a por el ron y pidió la caja que tenía encargada Jesusita la de Tasarte. Le dijo que la señora le había pedido que se la llevara y que se la pagara la semana siguiente cuando viniera a por más. Como la señora era cliente habitual y siempre pagaba le entregó las botellas, las cargó en el burro y salió.

Era sábado y se había organizado un baile en el pueblo. Las gentes del lugar acudieron a pasar una velada para distraerse de la rutina diaria. Como siempre el panorama era el típico, los muchachos jóvenes conquistando a las chicas, las madres vigilando que todo transcurriera con normalidad y todo dispuesto para pasar una noche agradable. La taifa estaba muy bien y los músicos se desvivían por animar a los asistentes que estaban con ganas de fiesta. Se sucedían los típicos bailes a ver quien bailaba mejor e impresionaba a la vecindad. 

Panchito el Latero al saber que había baile y que últimamente algunos se estaban desahogando con su burra, trazó un plan para atrapar a los culpables. Había cogido en la playa de Mogán un cacharro con grasa usada que habían dejado los pescadores después de habérsela cambiado a algún aparejo y se la trajo. Pensó que una buena forma de pillar a los culpables del asalto a la burra era engrasarle el trasero, alguien cantaría que llegó a la casa con la ropa engrasada y lo pillaría. Estaba casi oscurecido cuando salió de la casa hasta la cuadra y le untó la parte trasera a la burra.
Cuando terminó el baile, de camino a casa como en otras ocasiones a Severiano y los muchachos de Tasarte se les ocurrió acabar la noche de mejor forma, así que se dirigieron a la cuadra de Panchito a darle un poco de cariño a la burra. Establecieron los turnos, cogieron el banco y cada uno se desahogó.

Era domingo por la mañana, las familias se levantaban para hacer las tareas domesticas. Adela, la mujer de Panchito le pidió que le ayudara a llevar la ropa al barranco de la fuente para lavar la ropa y el hombre cogió la cesta para acompañarla. Ésta se da cuenta que le faltaba más ropa y fue a la habitación de los hijos a cogerla. Cuando sale de la habitación entra en cólera cabreada, con la ropa de su hijo en la mano le dice a su marido que le parecía mentira lo que estaba viendo. Dónde se había metido su hijo Antonio la noche anterior que venía con la ropa llena de grasa. Panchito exclamó:

— ¡Ya vienen apareciendo los que se están beneficiando a mi burra, lo cojo y lo mato!

Entró en la habitación y le dio una buena tanda de guantazos al muchacho, teniendo que confesarle quienes más habían participado en el asalto a la burra para dar cuenda a sus padres de lo sucedido. Se armó una buena en el pueblo.

***

Nuestro hombre con los amoríos no se complicaba la vida. Los sentimientos quedaban en un segundo plano. A la hora de elegir pareja buscaba una mujer que tuviera mejor posición que él, y que pudiera manejarla para poder vivir mejor.

Al parecer había una viuda en el pueblo, la mujer era muy fogosa. Era conocido que algunos hombres saciaban la fogosidad de la señora. Por lo visto había que llamarla antes de llegar a la casa, si a ésta le convenía la visita asentía, si no le interesaba los echaba del lugar a pedradas. Al oír los rumores comenzó a interesarse para intentar ser uno más de los que la consolaban. No se atrevía a comprobarlo el mismo por si los rumores eran falsos y se veía en un compromiso. Cada vez que tenía ocasión preguntaba, pero no encontraba respuesta, si el preguntado era uno de los habituales y le confirmaba el rumor corría el peligro de ser descubierto, nadie se fiaba de él por miedo a verse expuesto a los cotilleos de los vecinos. Al no conseguir respuesta decidió ir un día a probar suerte, se encontró por el camino a un vecino que lo creía de confianza, y antes de lanzarse a la aventura a ciegas le preguntó. Éste conocía como se las gastaba Severiano, le dio información pero no detalles, para que lo comprobara por su cuenta. Le dijo que era cierto, tenía que ir al anochecer y llamar a la viuda.

Más seguro y contento siguió su camino pensando que la cosa iba a ir bien. Cuando estaba cerca, se sentó en una piedra a fumar un cigarro para calmar los nervios y sentirse más seguro. Cuando acabó de fumar, se acercó a la casa y comenzó a llamar. Pasaron unos instantes y no obtuvo respuesta, se acercó un poco más y volvió a llamar. Ante la insistencia se vio por las rendijas de la puerta una luz que se había encendido. Severiano suspiraba entre el miedo y el deseo de pasar un buen rato con una mujer, estaba muy nervioso, tenía miedo de no articular palabra. Pasaban los minutos, la luz seguía encendida pero la viuda no daba señales de vida, por lo que insistió y volvió a llamar hasta que se oyó el sonido de la puerta abriéndose. Nuestro amigo estaba impaciente, por fin después de tanto esperar estaba allí y la viuda a punto de recibirlo. La señora se asomó a la puerta y preguntó quién estaba llamando, él se identificó. Ella preguntó que buscaba por allí a esas horas, y respondió mientras se acercaba más a la casa:

— ¡Lo mismo que los otros hombres que vienen a estas horas!

La viuda se agachó, metió las manos en un cacharro que tenía al lado de la puerta y comenzó a tirarle piedras, impactándole más de una de lleno. El hombre corría como una bala por aquellos andurriales con unas pedradas encima y el orgullo herido. La tarde siguiente venía caminando y se tropezó a su informador acompañado de otros amigos, al verlo se partían a carcajadas, el pillo y bromista había acabado probando de su propia medicina. Intentó confundir a los presentes diciendo que se había caído del burro, pero nadie le creyó, se burlaban por ir sin haber hablado con ella antes. Ante las burlas intentaba salir airoso sin ocultar que iba, no como ellos que se escondían. Siguió su camino, pero se quedó con una frase, «¡ir sin haber hablado con ella antes»! Sacó la conclusión que deliberadamente lo habían mandado directamente al matadero y que tenía que haber trazado una estrategia sin confiar en la información que otros le dieran.

Días más tarde se encontró con la viuda y se disculpó. Esta le recriminó su actitud por incordiar a esas horas sin esperarlo. Severiano le contestó:

— ¡Tenía que haberle hablado antes!

Ésta se le puso brava por su comentario en tono irónico, pero él con su labia le bajaba los sumos y la apaciguaba. Cuando llevaban unos minutos hablando empezaron a acercar posiciones y se pusieron de acuerdo. El método era el mismo que había utilizado, pero la diferencia estaba en que tenía el consentimiento para visitarla, advirtiéndole lo de la discreción. Había muchas personas que conocían las prácticas de la viuda, pero los hombres intentaban guardar el secreto para que no fuera conocido por las mujeres, por si alguno tenía que acudir a sus servicios. Los que más se acercaban por sus dominios eran los viudos y solterones, pero de la forma más discreta posible para que nadie se enterara, sobre todo los viejos, si sus familiares se enteraban pasarían vergüenza por los cotilleos de los vecinos.

***

Vivían dos hermanas con su madre ya mayor y enferma en una casita alejada de los caseríos, tenía dos habitaciones a los lados, en el centro la cocina con un patio exterior. Una de las hermanas estaba casada con un hombre del lugar y vivían en la misma casa. La pareja utilizaba una de las habitaciones y compartían la cocina. Enrique, el marido era muy buena persona y un gran trabajador, pero más bruto que un arado y bastante ingenuo. Ángela, la mayor y Rita, la mujer de Enrique, eran huérfanas de padre. Poseían unas tierras que daban sustento a la familia, para comer y vender algo. También tenían animales, gallinas, conejos, cabras y dos vacas. Las vacas las solían alquilar con el arado, pero desde la muerte de su padre no tenían quien hiciera ese trabajo. Severiano estaba negociando para hacer de intermediario y alquilarlas a los vecinos. El problema era que le ocupaba tiempo y tenía que trabajar. Si ponía a alguien a hacer el trabajo no le salían las cuentas y ellas querían su renta diaria. Se las había llevado un par de veces y no había pagado poniendo mil excusas.

Cuando Severiano vio la oportunidad de negocio comenzó a interesarse por la hermana soltera, si la enamoraba conseguiría sacar mejor tajada. Habría confianza por ser miembro de la familia y podría explotarlas, pero tenía que trabajar y eso no entraba en sus planes, ganar dinero trabajando no era su filosofía. Ángela era ruda y armas tomar, y no se dejaba ningunear fácilmente. Se había tenido que buscar la vida para mantener a su familia cuando enfermó su padre en situaciones muy complicadas. Cuando su padre estaba postrado en cama enfermó su madre. Rita era muy trabajadora, pero algo apocada para tomar la iniciativa. Ángela, tan brusca y mandona no era del agrado de los jóvenes por no ser, además, agraciada físicamente. No se le veía en los bailes y reuniones, lo justo, también por estar pendiente de sus padres enfermos.

Enrique, el marido de Rita trabajaba como un esclavo en una finca como jornalero, cuando acababa, a las tierras de la familia con su mujer y su cuñada. No se relacionaban con nadie, Enrique era vergonzoso y bruto, siendo su vida el trabajo. La madre de la familia empeoró en su enfermedad y estaba en las últimas.

Severiano seguía en su empeño de sacar tajada, fue a visitarlas y se encontró con el panorama. No le pareció prudente hablar de negocios, mostrando su lado amable y de buen señor se quedó hablando con Ángela un largo rato. Era muy adulador cuando quería conseguir algún propósito y para eso tenía mucha labia. En los días posteriores se rondaba a diario por la casa. Sabía que era yegua de difícil doma, solo un buen parlanchín que supiera llevársela a su terreno podía sacar algo, si no era tarea imposible. Para él suponía un atractivo reto el domar a semejante potra por lo que se propuso conquistarla y hacerla a su mano. Le había dado muchas vueltas a la cabeza: ya no era un joven y tenía que buscar una mujer para casarse y formar una familia. Como no era muy agraciada y bastante ruda, en sus ausencias a ningún hombre se le ocurriría interesarse por ella, no tendría que preocuparse por los cuernos. Al no relacionarse con los vecinos no se enteraría de sus andadas y podría campar a sus anchas. Tenía casa propia, unas tierras que daban el sustento y dinero extra vendiendo los excedentes. Las dos vacas y el arado tenían mucho valor, tanto por la leche como el dinero que se ganaba arando las tierras. Un cuñado que lo manejaría a su antojo, su cuñada era igual, tenía que contentarlos para tenerlos a su servicio. Al compartir cocina sus gastos se reducirían porque sus cuñados cocinarían para todos.

Severiano lo analizó todo y sacó la conclusión: aquel casorio sería un gran negocio, pues todo eran ventajas. Por tanto, se dedicó a conquistarla con su labia, pasando todos los días por la casa con la excusa de saber el estado de salud de su madre. En alguna ocasión le traía algún regalo para tenerla contenta. Desde que la conversación se volvía más íntima y la muchacha notaba algún tipo de cortejo ponía tierra de por medio cortando la conversación. Era muy arisca, pero si no aprovechaba igual terminaba sola y soltera. Tenía la cabeza hecha un lío. Mientras tanto su pretendiente se movía con mucho tacto, mostrando su lado más tierno y de buena gente. La vieja le importaba un pimiento y mientras viviera sería un estorbo, cuando muriera la habitación quedaría a su disposición para vivir con comodidad.

Pasaban los días y el adulador de Severiano iba acercando posturas, ella se dejaba entrar un poquito más. Estaba satisfecho, era de los retos más grandes a los que se había enfrentado, ahí estaba la vida acomodada que quería llevar. Había dejado el vicio de ir a desahogarse con la burra porque era bien recibido por la viuda a la que hacía visitas frecuentes. Este gasto extra le hacía agudizar más su ingenio para conseguir dinero con sus trapicheos. Pasadas unas semanas, la madre de las hermanas estaba muy mal. Habían mandado a buscar a Conchita la curandera, pero les dijo que ya no estaba en sus manos, no podía hacer nada salvo esperar.

Entonces se le ocurrió una manera de afianzarse en la familia. Fue buscar a la cofradía del rancho de ánimas para que cantaran por la señora al fallecer. 

Existían unas cofradías a modo de ranchos musicales que se dedicaban a pedir por las ánimas, en las islas algunos pueblos adoptaron esta costumbre. Para el caso de Gran Canaria, los más destacados eran los de San Mateo, Juncalillo, La Aldea (en Tasarte también había uno), Ingenio, Valsequillo y Teror; costumbres que se siguieron practicando hasta el siglo XX y que hoy algunos se han recuperado como tradición popular. Su objetivo era mantener el culto piadoso por las personas fallecidas. Iban por los campos cantando y recogiendo dinero, que luego entregaban a la iglesia, para que se celebraran unas misas en su nombre. Normalmente eran las propias familias de los enfermos las que encargaban a este grupo que fueran a sus casas. Allí se le cantaba a las ánimas de esa familia para que intercedieran por el enfermo que ya mostraba su disposición ante la muerte. Los ranchos de ánimas son una forma cristianizada que retoma un primitivo culto a los muertos. Durante varios meses se reúnen en distintos lugares para entonar diferentes estrofas coincidiendo con la fecha en la que se celebra el día de los difuntos o finados. Esta práctica comienza con una ceremonia donde se comen diferentes frutos secos como almendras o castañas y se entonan algunas octosílabas y otras coplas, normalmente en hexasílabos que suelen estar dedicados a las almas, a las vidas de santos, o a los milagros, además del tema navideño.

Después del entierro las hermanas y el cuñado guardaban riguroso luto. Severiano le pidió a Ángela que fuera su novia para casarse. Ella aceptó, se encontraba sola y la presencia de un hombre vendría bien para la familia. A los pocos días de formalizar el noviazgo ya empezaba a tomarse libertades. Estaban en la puerta de la casa sentados hablando, y él poco a poco la iba acaramelando, cuando creía que lo tenía todo a punto intentó basarla. Ella sin pensarlo dos veces le arreó un bofetón que lo tiró hacia una banda. Le advirtió que hasta que no estuvieran casados no se atreviera a ponerle la mano encima, aunque su madre no estuviera para vigilarla se defendería ella misma. El pillo lejos de enojarse le pidió perdón, le dijo que el amor tan grande que sentía por ella le hacía hacer tonterías. Con un buen resquemor se quedó con las ganas teniendo claro que había que esperar a la boda. En cuanto a la fecha lo tenía claro, no se podía precipitar por el luto, pero no esperaría a que acabase, se casaría estando de luto y sería una ceremonia en la intimidad, no tendría que gastarse el dinero en la celebración.

***
A los nueve meses de luto se celebró la boda en la intimidad, solo los novios y los padrinos, tal y como había previsto Severiano. Los padrinos fueron los cuñados, Enrique y Rita, así se estrecharían aún más los lazos familiares. Los primeros días de convivencia fueron buenos con una normalidad absoluta. Tendría que mover sus hilos poco a poco para que resultaran sus planes, no eran otros que hacerse cargo de las riendas de la familia y explotar a su manera los recursos y propiedades de las que disponían. La ignorante y feliz esposa presumía de marido, cuando se encontraba con alguien le decía que ahora si había un hombre en la zona, no tenía nada que ver con los vecinos cercanos, el suyo si era un hombre. Los que oían tal disparate se podrán imaginar lo que opinaban.

En la casa siempre había una botella de ron, le gustaba echarse unos pizcos por las tardes cuando estaba en casa. Poco a poco fue haciéndose con el control y las vacas ya las manejaba él, alquilándolas a su antojo, pero no le estaba gustando tener que estar todo el día pegado al arado. 

Cuando tocó cavar las tierras de la familia se intentó escapar del trabajo y dejárselo a la mujer y cuñados, pero Ángela no se lo permitió, lo hizo hacer sus cosas y estar con el sacho en la finca. Participó en el trabajo pero no esforzó mucho la espalda, cuando no tenía que ir al barranco a evacuar le entraba sed, o cualquier escusa para no dar golpe. Pensó que era hora de que otros hicieran el trabajo duro y poder vivir bien que era su pretensión. Tenía que planearlo lo mejor posible porque el carácter de la mujer era muy fuerte y no se andaba con chiquitas. Convenció a la familia para que su cuñado dejara de trabajar para otros y lo hiciera para ellos. Al final, después de mucha insistencia y buenas palabras consiguió su propósito y el cuñado se dedicó a trabajar en los negocios familiares. Mientras el pobre hombre se mataba arando con las vacas, él se divertía haciendo de las suyas por el pueblo. Cuando llegaban de la faena lo ponía a trabajar en las tierras y a atender los animales. La mujer empezó a darse cuenta de los escaqueos y puso orden. Al ver que sus planes se le podían venir abajo pensó en otro modo de conseguir su objetivo de no dar golpe. Comenzó a hacerle creer a su mujer que le estaban dando grandes dolores que le impedían trabajar, y siempre decía lo mismo:

— ¡Me gustaría ayudar, pero los dolores me están matando!

Mientras su mujer y cuñados hacían las labores, él se la pasaba dando vueltas. Ángela lo llevaba a la curandera, pero ninguno de los remedios que le mandaban hacía efecto. Seguía con sus estrategias, parecía el señor y el cuñado su siervo. Por las mañanas se les podía ver hacia alguna finca, él montado en su burro y el otro a pie conduciendo las vacas. Mientras uno estaba arando el otro dando vueltas o arreglando los aparejos que se rompían. A media mañana se montaba en el burro y salía a sus negocios y trapicheos de costumbre. Cuando calculaba que la tarea estaba acabada aparecía por la finca a revisar el trabajo, ayudaba a recoger el material y se iba a cobrar. Nunca hablaba de dinero delante de su cuñado, su mujer controlaba hasta el último céntimo y decidía en qué se gastaba, los precios que le decía que cobraba no eran reales, se guardaba siempre una comisión para sus vicios.

Andaba últimamente bastante salido y todas las noches estiraba la mano a ver si caía algo. Los primeros meses de matrimonio habían sido muy activos, la mujer cuando descubrió el sexo se lo fue a comer todo de golpe, pero con el paso los meses ya estaba más relajada. Cuando insistía encontrando negativas, aquella mujer le formaba una buena bronca. En una de estas broncas su cuñado pasaba por delante de la puerta oyendo la discusión.

Al día siguiente el hombre le comenta por el camino lo que había oído, y se quejaba de que su mujer también le ponía muchos impedimentos cuando él quería un poco de cariño. Le preguntó que si no había algún tipo de remedio para que ellas se dejaran querer más. En un principio no quería entrar al trapo, pero ante la insistencia del otro se animó y comenzaron a hablar del tema. Severiano le explicaba que con las mujeres había que tener mucha experiencia y haber probado con unas cuantas para contentar a la suya. Su cuñado mostró mucho interés por lo que el charlatán le contaba y seguía haciendo preguntas. Éste se sentía importante ante la curiosidad de su interlocutor, así que comenzó a contarle batallas y aventuras que había tenido con mujeres antes de casarse. Lo que no sabía el otro pobre era que las únicas mujeres que había conocido eran las burras y la viuda. Le contaba sus inventadas aventuras con mujeres de los pueblos colindantes y sus trucos para conquistar. Pero al cuñado solo le interesaba saber si había algún remedio para que su pareja fuera más receptiva, cortando los cuentos de Severiano. Harto de oír la misma pregunta, Severiano le dijo que conocía un remedio que había practicado el quinto mes de matrimonio cuando empezó a bajar la actividad sexual en la pareja, aunque le advirtió que era difícil que lo pudiera hacer.

El cuñado Enrique, entusiasmado con la idea le insistía y lo adulaba. Severiano le aseguró que si lo dejaba a solas con la mujer en la habitación, se la prepararía y estaría siempre dispuesta. El hombre la daba vueltas a la cabeza pensando que haría con ella a solas. Mosqueado le pregunta que iba a hacer a solas en la habitación con su mujer. Le contesta que al estar con un hombre de su experiencia estaría mucho más dispuesta cuando su marido tuviera necesidades. 

Aquel hombre era muy bruto y algo apocado, pero no torpe, y le armó una buena, advirtiéndole que no se le ocurriera intentar acercarse a su mujer. Ante el lío que había formado suavizó la situación riéndose y haciéndole saber que se trataba de una broma. Ante la tensión creada por Severiano, su cuñado apenas le hacía caso, manteniendo un gesto serio. De regreso le dijo que le diría el truco para que las mujeres estuvieran dispuestas todo el mes. Enrique se había relajado un poco, mostró nuevamente interés y curiosidad. Le explicó que cuando estuvieran en la cama, se sentara detrás de su mejer para cogerla bien y no se le escapara, le tapara la boca y la nariz un buen rato y cuando cogiera respiro lo intentara otra vez, pero que no se pasara mucho para no asfixiarla.

—Una vez que se recupere— le seguía explicando el pillo de Severiano— verás cómo se vuelve loca, no te dejará tranquilo en toda la noche.

A Enrique le pareció un poco extraño el método que le proponía su cuñado y no paraba de hacerle preguntas. Ante la insistencia le comentó que lo hizo una vez y no paró en todo el mes.

Esa noche Enrique estaba decidido a probar, pero no se atrevió dejándolo pendiente. Al día siguiente cuando estaban camino al trabajo, Severiano le preguntó si había probado. Le explicó que lo había dejado para otro día porque estaba cansado y quería descansar.

Al llegar la noche intentó que la mujer se dejara caer algo, y ésta se negó. Mientras estaba sentada en la cama se decidió, se colocó detrás de ella y con las dos manos le tapó la boca y la nariz. La pobre mujer intentaba librarse como podía, pero él era muy fuerte. Estaba quedándose morada haciendo grandes esfuerzos por respirar. De tanto hacer fuerzas, como no pudo respirar por la boca y nariz lo hizo por el único sitio que no tenía taponado, por el ano. La pobre se hizo de vientre y puso todo perdido. El marido al notar el mal olor la soltó. Su ropa, las sábanas y la cama parecían un estercolero. Menudo lío que se le había formado. Cuando acabó de limpiar todo, enfurecida le pedía explicaciones. Le dijo que así estaría más receptiva hacia él y tendrían relaciones más intensas durante todo el mes. La mujer muy enojada le increpó:

— ¡Todo el mes te vas a desahogar con las vacas!

Y tuvo que irse a dormir al pajar con los animales hasta nueva orden, y deseando ponerle la mano encima a Severiano.

Al día siguiente el farsante de Severiano se levantó temprano y desapareció de la zona. Su cuñado se fue a trabajar sin verlo, esperando a echarle la mano encima para ajustar cuentas por el bochornoso episodio que tuvo que aguantar por su culpa.

Durante varios días no se dejó ver a solas. Se veían a la hora de cenar, y con las mujeres delante no se atrevía a decir nada. Habían pasado unas semanas del lamentable episodio y volvía la normalidad, la mujer ya le permitía dormir en la habitación y el ambiente estaba más calmado.

Cuando por fin pudo cogerlo le pidió explicaciones en un tono muy agresivo, buscando la mínima excusa para partirle la cara. Pero Severiano era muy listo, con su palabrería lo calmó, explicándole que los métodos no funcionan siempre, cada persona era diferente y un sinfín de explicaciones para calmar al pobre hombre.

***

Seguía la vida y la rutina de esta peculiar familia. Severiano seguía intentando escaparse del trabajo pesado con sus excusas por las dolencias aprovechándose del trabajo de su cuñado. Cuando estaban fuera lo tenía fácil, uno esclavizado arando y el otro dando vueltas y haciendo sus escapadas, trapicheando y haciéndole esporádicas visitas a la viuda. Cuando estaban en las tierras de la familia la cosa cambiaba. Su mujer vigilaba sus movimientos, así que hacía algunas labores, las menos pesadas y fáciles de realizar. Ángela estaba cansada de las excusas y dolencias del marido. La curandera ya no sabía que mandarle para remediar sus males, seguía quejándose, si no eran las piernas era la espalda, sino un brazo.

Durante varios años esta era la tónica habitual. Como buen aficionado a salir y echarse sus rones, la mujer empezó a restringírselos. Le daba todo tipo de escusas pero nada, formándose fuertes discusiones cada vez que se iba a un baile o jugar a las cartas. Siempre le decía:

— ¡El que está malo para trabajar, también lo está para salir y beber!

Ante tanto acoso abortaba las salidas. Tenía que ingeniárselas para seguir con sus vicios sin tanto impedimento. Ella con su fuerte carácter, poco a poco le iba ganando terreno y lo tenía bien controlado. Con los años la única libertad que se permitía eran las escapadas mientras su cuñado trabajaba, porque ella lo ignoraba, el resto del tiempo lo tenía dominado.

El ron para nuestro hombre se volvió indispensable en su vida. Se bebía más de media botella diaria. Como su mujer tenía el dinero controlado, con sus extras compraba la botella y la escondía. Cada vez que le daba un buen bajón, la iba rellenando para que no se notara. Su cuñado no era ronero y tomaba coñac, por lo que ambos respetaban la botella de cada uno. La desventaja era que no podía echarle la culpa al otro cuando bajaba el nivel de ron. Su cuñada le hacía a su marido un marcaje exhaustivo de la botella, le solía poner una marca para controlar lo que consumía. Cuando Enrique se empezaba a cansar del trabajo excesivo e insinuaba lo poco que le ayudaba, le compraba una botella de coñac y le enseñó el truco de esconderla e ir rellenando la otra. Con este gesto tenía al otro tranquilo por un tiempo, y en señal de agradecimiento hacía las labores sin protestar.

***

Un buen día Ángela tuvo que salir a comprar unos remedios para su hermana que se había puesto enferma. Había amasado pan esa mañana, aprovechó la salida porque ellos estaban arando un huerto cercano y se acercó a llevarles un poco de pan fresco para la comida. Cuando llegó se encontró a su cuñado arando y ni rastro del marido. Preguntó por él y le contestó que se había ido como todos los días.

No pudo conseguir más información, el pobre hombre no sabía lo que hacía cuando salía. Fue en su busca, preguntó a algunos vecinos y le indicaban por donde había pasado y prosiguió su camino hasta dar con él, venía de casa de la viuda sonriente montado en su burro con su humeante cigarro. Cuando se encontró a la mujer delante se quedó tieso, parecía que le había dado algo, no podía ni articular palabra. Ésta le pedía explicaciones y no sabía por dónde salir. Se excusaba por los dolores, que si había ido a por yerba luisa, pero nada convencía a la señora que sacaba toda su furia y carácter. Al final pudo salvar un poco los muebles, traía la alforja cargada de guayabos que le habían ofrecido, como eran muchos vendería una parte y la otra los llevaría para comer en casa.

Esta mujer que nunca salía de la casa, da la casualidad que lo hizo cuando él fue de visita a la viuda, estando a punto de pillarlo en plena faena, para colmo no llegó cuando daba vueltas por el huerto o estaba arreglando algún aparejo. Se quejaba de su mala suerte. 

De antemano sabía que le iba a pasar factura, Ángela estaba enojada y cansada de las andaduras del caradura de su marido. Por la noche ambas familias se reunieron en la cocina para la cena. La mujer estaba de morros, no pronunciaba palabra. Sabía que la cosa estaba seria así que procuraba no molestar ni hacer nada que pudiera enturbiar más la situación. Cuando se dispuso como de costumbre a coger la botella para echarse un pizco, se encontró con el sitio. Buscaba por otros lugares, pero no aparecía por ninguna parte. Ella miraba de reojo como buscaba pero no decía nada. Después de un rato buscando sin encontrarla, su mujer le informó de las nuevas normas de convivencia en la casa. Como estaba siempre enfermo haciendo poco trabajo se acabarían los vicios. A partir de aquel momento se acabaría el ron en la casa. Su cuñado como la cosa no iba con él fue a por su botella, cuando regresaba a la mesa con ella intervino la esposa y se la quitó de las manos. Le comunicó que se acababa la bebida en la casa para todos. El pobre hombre se lamentaba de tener que pagar también él las consecuencias.

Severiano estaba desesperado, no sabía que trucos utilizar para domar a la furiosa yegua. Los meses sucesivos se curó en salud y empezó a portarse bien. Pero no trabajando más, el escaqueo era el mismo de siempre. Los rones se los seguía echando, pero ahora en el pajar con la botella escondida y sin salir. Esta situación lo desesperaba y la mujer no daba el brazo a torcer. En su cabeza tenía toda clase de estrategias, que tras ponerlas en marcha fracasaban, la mujer lo conocía muy bien y no se fiaba de sus argucias. 

Llevaba unos meses portándose. El único vicio que no había cortado era el del ron. Tenía que ingeniárselas, porque el poco dinero que tenía escondido se le estaba acabando. No era temporada de arar las tierras y no tenía otro medio para esconder un dinerillo. La mujer no sabía leer ni escribir al igual que él, pero con el dinero no había quien la engañara. Como el ambiente estaba más relajado comenzó con alguna salida a trabajar como él decía. Decidió que una buena forma de quitarse el marcaje férreo que le había impuesto su mujer era dedicarse a lo que había hecho toda la vida, comprar, vender, coger del sitio las cosas mal puestas, etc. De este modo tendría sus ingresos propios y no estarían controlados. Esta profesión le permitiría estar vagando por el lugar sin que ella supiera por donde andaba. Tenía que hacerlo poco a poco para que se fuera acostumbrando.

Cuando se casó sabía que la señora era de armas tomar y muy bruta, pero creía que terminaría dominándola y haciéndola a su mano, pero fue todo lo contrario, acabó ella por manejarlo a él. No podía seguir permitiendo que no le dejaran vivir como él quería, había hecho el sacrificio de casarse con ella para estar más cómodo, no para estar de esa forma. 

Poco a poco empezó a salir, a comprar y vender cosas, con el paso de las semanas fue entablando relaciones comerciales. Ya hacía unos años que no se dedicaba al oficio, pensó que los vecinos no recordarían sus fechorías y podría seguir engañándolos. A los pocos meses ya se manejaba a su antojo, saliendo y entrando cuando le daba la gana. Empezó a aportar algo de dinero a las arcas familiares para que la mujer pensara que estaba trabajando. Por las tardes se quedaba a jugar unas partidas de cartas y echarse unos rones. Poco después reanudó las visitas a la viuda que la tenía abandonada desde hacía meses. Comenzaba a ser feliz de nuevo viviendo la vida que quería, pero con algunas condiciones. Cuando comenzó la temporada las vacas eran muy solicitadas y su mujer le dijo que se dejara de andar vagando y se pusiera a trabajar con el cuñado. Comenzaba de nuevo el acoso y las broncas por su comportamiento. Lo que había ganado en unos meses se lo recortaba de un plumazo. 

Llegó a un acuerdo, él se ocuparía de acompañar al cuñado, preparar el material y negociar los trabajos y luego se iría. Por la tarde regresaría para ayudar a recoger y trasladar las vacas al corral. A regañadientes ésta aceptó. En lo que no entró por el aro fue en desclasificar la botella de ron. Le comentaba que era una medicina, le calmaba sus múltiples dolores, pero no había manera. La señora se había vuelto con los años más arisca y no se dejaba querer. En las últimas fechas apenas una o dos veces al mes. Le recordaba que un hombre sin ron y mujeres terminaría enfermando y acabando de la peor forma.

***

Con el acuerdo alcanzado con la jefa tenía un poco de libertad. Se pasaba el día trapicheando, echándose unos rones y visitando a la viuda ya que su mujer estaba poco activa. Ángela decidió seguirle los pasos al truhán, no confiaba en lo que decía. Había días que se echaba a caminar al rato de que salieran y lo vigilaba. Un día de regreso a la casa pasó cerca de la fuente donde unas cuantas mujeres estaban lavando la ropa. Había cañas y matorrales por el camino y las mujeres no podían verla. Estaban chismeando de la gente del pueblo, ésta se paró a escuchar. En sus alegatos empezaron a criticar a Severiano por sus malos hábitos, hasta que una sacó el tema de la viuda y de las visitas del caballero. La mujer con mucho sigilo para no ser descubierta siguió su camino, cargada de rabia a la vez que lloraba amargamente al sentirse traicionada y engañada de aquella manera tan miserable. Llegó a su casa y se metió en la habitación, no salió de allí en todo el día. Al atardecer bajó a atender los animales. Su cuñado acababa de llegar y estaba atendiendo las vacas, le preguntó por su marido, le contestó que llegaría tarde, ya de noche porque tenía unos cuantos asuntos que resolver. Esta se imaginó los asuntos que resolvería esa noche. Para que su cuñado no notara las lágrimas entró en el pajar y comenzó a ordenar cosas para ir desahogando la rabia que llevaba dentro. Cuando estaba acabando de ordenar oyó un sonido a cristal, levantó y retiró lo que había encima y descubrió una botella de ron entera y otra que le quedaba un cuarto. No le cabía más rabia y estaba dispuesta a hacérselo pagar al impostor.

Cuando cayó la noche, sin decir nada salió de la casa con una vara en las manos a modo de bastón para no tropezar en la oscuridad y protegerse si alguien la sorprendía por el camino. Se dirigió al pueblo evitando las casas y la gente para que no la vieran. Se fue hacia el lugar en el que se reunían los hombres para jugar a las cartas y beber ron. Allí estaba el pillo con su vaso en la mesa y jugando a las cartas. Escondida esperó a que terminara y se montara en el burro para seguirle los pasos. Cuando salió la mujer lo siguió a distancia evitando ser vista por algún vecino. Estaba hecho, el zorro se dirigía al gallinero.

Ángela llegó a la altura del burro, con gran rabia e indignación apretaba la vara con sus manos pensando que haría, si esperaba a que saliera o iba a por él. Después de un rato emprendió la marcha hacia la casa, abrió la puerta y los pilló a los dos en la cama. Empezó a dar palos con la vara descargando todo el dolor que tenía dentro sin reparar a quien le daba, para ella eran culpables los dos. El hombre como pudo saltó de la cama tirando de los pantalones para no caerse mientras la viuda se llevaba unos cuantos palos. Lo sacó de la casa a varazo limpio sin medir donde daba. Con un fuerte palo, cayó al suelo golpeándose la cabeza con una piedra, quedó inmóvil perdiendo el conocimiento. Ésta seguía dando varazos por si estaba fingiendo. Paró un momento, pero no había ningún movimiento. Le dio la vuelta con el pié, y estaba inconsciente con una brecha en la frente y con la cara llena de sangre. La viuda se acercó a la puerta, vio el panorama y se apresuró a cerrarla lo mejor que pudo por si la agresora volvía para terminar de arreglar cuentas con ella. Ángela se asustó mucho, pensó que lo había matado. Ahora no solo lloraba de dolor, sino también de miedo por lo que le pudiera ocurrir. Se agachó y comprobó que aún respiraba, lo subió en el burro, agarró las riendas y partió hacia la casa. Cuando llegó llamó a su hermana y su cuñado para que le ayudaran. Ellos sorprendidos preguntaron qué había pasado, les decía que ya les contaría, que le ayudaran a entrarlo a la casa. Seguía inconsciente, le limpiaron las heridas y lo atendieron. La hermana volvió a preguntar, le contestó que había salido a buscarlo porque era tarde y se lo encontró por el camino tirado en una ladera, lo recogió y se lo trajo a casa.

Al ver que Severiano no reaccionaba mandó a su cuñado a por Conchita la curandera para que les echara una mano. A la media hora llegó la señora, preparó unas hierbas, se las aplicó en las heridas e hizo lo que estaba en su mano. El hombre empezó a recuperar la conciencia, lo único que hacía era quejarse de dolor diciendo cosas sin sentido, como si estuviera loco. La curandera les aconsejó llevarlo a un médico porque la cosa no era de broma.

 Los quejidos a medida que pasaban los minutos eran más grandes, hasta que empezó a dar gritos. La curandera al ver la situación le dijo que si tenían alguna botella de ron. Ésta sorprendida le dijo que sí y fue a buscarla. La curandera servía ron en un vaso, le incorporaba la cabeza y se lo daba a beber. Le echó media botella, él parecía que sabía lo que estaba bebiendo, lo tragaba como si fuera agua. La esposa estaba sorprendida del remedio y le preguntó que si era bueno lo que estaba haciendo. Le dijo que si, con el ron no sentiría tanto dolor y dormiría tranquilo. Lo dejaron descansando y Conchita se fue a su casa acompañada por Enrique. 

Las dos hermanas se quedaron hablando en la cocina. Ángela tenía mucho miedo de que pasara algo malo, se sentía mal por lo que había hecho. Rita le comentaba lo del remedio del ron para aliviar el dolor, le recordaba lo malo que siempre había estado y los dolores que tenía que aguantar. Le achacaba que no le permitiera beberse unos pizcos, que el hombre siempre le había dicho que le venían bien para los dolores y ella se lo prohibía. Se culpó también de que su marido no podía probar el coñac y se lamentaba de que el pobre hombre llegaba por las noches muy cansado, con dolores y no lo dejaba beberse una copita para aliviar el cuerpo.

***

Severiano despertó al día siguiente a medio día dolorido y sin mucho sentido de la realidad. Su mujer le trajo un caldo y le ayudó a tomárselo. Pasó el día entre sueños y despertándose por momentos. Por la tarde vino la curandera a ver como seguía. Le preparó unas hierbas para tomar, le limpió las heridas y les recomendó que lo viera un medico desde que pudieran. Quedaron en dejar que se recuperara un poco para poderlo montar en el burro y trasladarlo. Al día siguiente empezó a tener conciencia y recordar lo que había pasado. Mientras dormitaba pudo oír los comentarios sobre los hechos ocurridos. Ya sabía la versión que su mujer había contado. Sabía que se había llevado un buen susto, pero cuidado cuando se recuperara, las cosas no se iban a arreglar de una forma tan simple, había que diseñar una estrategia infalible para salir de aquella crisis, la peor y más grave que habían tenido. Esta vez sí que tenía un gran reto, prácticamente necesitaría un milagro para no salir mal parado.

Al tercer día despertó más temprano. No había pronunciado palabra alguna desde el incidente. Se oyó a alguien llamando, era Florencio el arriero que pasaba por allí y aprovechó para hacerle una visita. Ángela lo acompañó hasta el dormitorio, los dejó solos y se fue a hacer café. Estuvieron hablando un rato y Florencio le comentó que iba a La Aldea. Entonces aprovechó para pedirle que le acompañara en el camino por si tenía una recaída, para ir al médico. Ángela rápidamente se ofreció para cambiarse de ropa y acompañarlos. Severiano con voz seria rechazó la oferta y le dijo que iría solo, Florencio lo acompañaría durante el camino. La mujer no puso objeción alguna ni insistió más, comprendía que después de lo que había pasado no quisiera que le acompañara.

Cuando llegaron se quedó en la casa del médico y Florencio siguió a hacer su trabajo. El médico lo atendió, le comentó que si seguía el tratamiento y guardando reposo, en unas semanas estaría recuperado. Se fijó que el médico anotaba el tratamiento en un papel que tenía una especie de insignia, bordeado con unas líneas, con unas letras, que no comprendía porque no sabía leer. En un descuido del médico le cogió uno de los papeles y se lo guardó. El doctor lo acompaño hasta la puerta para despedirlo. De casualidad pasaba por allí la Guardia Civil y se pararon a saludar al médico y a Severiano que también lo conocían de haber tenido algún que otro conflicto con ellos por sus andadas. Florencio que estaba cargando unas cosas en los mulos, estaba viendo la escena preguntándose qué hacían los tres hablando. Pasó al lado de ellos y esperó un momento por él para acompañarlo. Severiano se acercó y le dijo que se viniera, que iba a resolver unos asuntos y después regresaría, que se encontraba mejor.

Florencio regresó solo. Al pasar cerca de la casa, Ángela se fue hasta él y le preguntó por su marido. Le explicó que lo dejó hablando con el médico y la guardia civil, pero que no pudo oír nada. No había venido con él porque tenía asuntos que resolver y se quedó con ellos. Después de contarle las novedades siguió su camino. Ángela se quedó angustiada, temía que la denunciara y la llevaran presa, sería el fin de sus días. La pobre mujer se esperaba lo peor. Cada vez que oía un ruido creía ver como venían a por ella.

Severiano siguió en La Aldea, compró los medicamentos que le habían recetado y se fue a visitar a un amigo que le debía unos favores. Era un hombre culto que sabía leer y escribir bien. Le pidió que le hiciera una receta con indicaciones en el papel que le cogió al médico. Al atardecer salió para su casa a lomos del burro. Cuando llegó era la hora de cenar. Sus cuñados al verlo aparecer salieron a su encuentro para interesarse por su estado. Como era de esperar les contó que estaba muy grave y podía morirse en cualquier momento. Le ayudaron a bajarse del burro y lo sentaron en la puerta de la casa. Prosiguió contándoles que había perdido la memoria y no recordaba lo que le había pasado, las cosas se le olvidaban de una hora para otra, no recordaba que le había dicho el médico, tenía la receta en el bolsillo pero había que esperar a que viniera alguien que supiera leer. Cuando creyó que era suficiente pidió que lo ayudaran a acostarse. La mujer le trajo la cena a la cama y se durmió. Al día siguiente después de desayunar se levantó y se sentó delante de la casa. Él y su mujer no habían cruzado palabra. Esperaba a que pasara alguien que supiera leer. 

Cuando alguien como un médico daba instrucciones, éstas eran muy respetadas, pues venía de alguien con estudios que sabía lo que estaba diciendo y había que respetarlo.

A esto de las doce, seguía sentado delante de la casa, llegó su cuñado y se sentó a su lado. Las mujeres estaban en la cocina preparando el almuerzo. Charlaban cuando un vecino que iba de paso se acercó para saludar. Las mujeres se acercaron hasta ellos y saludaron. Ángela le preguntó si sabía leer, dijo que sí y Severiano sacó el papel y el hombre le dio lectura en voz alta, decía lo siguiente:

—El paciente presenta lesiones graves provocadas de forma intencionada con un objeto contundente. Tiene una herida en la cabeza provocada por fuerte impacto. Se le tuvieron que dar puntos de sutura para cerrar la herida. Presenta hematomas por todo el cuerpo. Las lesiones que presenta son de extrema gravedad e irreversibles. No podrá volver a trabajar, ni coger peso o caminar mucho. No puede estar todo el día en la casa ni encerrado, tiene que salir todos los días, visitar a los vecinos y entretenerse con ellos, se aconseja que juegue a las cartas, dominó y lo que pueda. Tendrá que descansar en cuanto se encuentre cansado. No puede coger nervios ni ningún tipo de disgusto que le pueda afectar a su cabeza. No le puede faltar la buena comida, el ron, tabaco y mujeres cuando él lo necesite. Tiene que seguir al pie de la letra todas estas instrucciones sin obviar ninguna. Si alguien pone impedimento para que sigua el tratamiento indicado y le pasa algo será el responsable. Las instrucciones indicadas se tienen que respetar sin excepción alguna. Lo indicado anteriormente se ha puesto en conocimiento de la guardia civil, de pasarle algo irían a por el culpable y lo llevaran preso”.

El vecino no daba crédito a lo que estaba leyendo, y esta vez en silencio volvió a leer la receta, muy despacio, línea por línea para convencerse de lo que estaba leyendo. Después de haberse tomado su tiempo, lo volvió a leer, esta vez en voz alta. Pasaba por allí otro vecino, también sabía leer, así que el señor lo llamó y le pidió que les leyera en voz alta la receta, y así lo hizo. Se le podía ver la cara de asombro cuando acabó de leer, sorprendido por el dictamen del médico, y le volvió a dar lectura en voz baja.

Cuando el hombre terminó de leer se quedó sorprendido, no daba crédito. Los asistentes se miraban. El señor les indicó que se trataba de un impreso oficial firmado por el médico y con las insignias oficiales, era verdadero. La familia se tomó muy enserio la receta, con el miedo en el cuerpo, sobre todo por lo que decía en la última línea, «Lo indicado anteriormente se ha puesto en conocimiento de la guardia civil, de pasarle algo irían a por el culpable y lo llevaran preso».

Siguieron un rato de tertulia, y los vecinos se retiraron despidiéndose. Cuando estaban alejados de la casa comentaban lo que habían leído, sorprendidos por las recomendaciones que le había dado el médico. Bromeaban entre ellos diciendo que si se encontraban mal acudirían a este gran sabio doctor, pensaban que eran grandes remedios y, siguiéndolos nadie estaría enfermo, puesto que sin trabajar, comiendo bien, echarse unos pizcos, salir, jugar a las cartas y andar con mujeres es la vida que todo hombre quisiera tener. Reían a la vez que decían que todo el que era un sinvergüenza, no daba golpe y se movía con malas artes al final tenía suerte y vivía como un señor.

Las mujeres avisaron de que la comida estaba lista para que se sentaran a comer. El cuñado lo ayudó a levantarse y se fueron a la cocina. La sorpresa es que en la mesa había dos botellas, una de ron y otra de coñac. Los ojos de Enrique eran como dos faroles al ver de nuevo su botella. Lo mejor de la mesa estaba en el plato y alrededores del caradura, que lo trataban como a un gran señor. Ahora si había conseguido lo que tanto buscó durante su vida, no trabajar, estar atendido como un señorito, la libertad para hacer lo que le diera la gana, estaba gozando. La pobre mujer en lo sucesivo no volvió a pedirle nada ni reprocharle sus actos, se convirtió en su esclava sin poner objeción alguna. Siguió viviendo a cuerpo de rey, a costa de su mujer y sus cuñados.

Se encargaba de negociar los trabajos de las vacas con sus clientes, y por lo menos ayudaba a su cuñado a llevar las vacas y los utensilios a las tierras para arar y luego le ayudaba a recoger para volver a casa. Lo curioso es que había días que no se iba del lugar, eso sí, se ponía a dar vueltas como de costumbre y a arreglar algún aparejo que se estropeaba. Sus andanzas seguían siendo las mismas, y sus malas artes no las había cambiado, así como de trapichear y engañar, pero ahora con menos asiduidad porque su mujer le permitía todos sus caprichos. Seguía de vez en cuando con sus visitas a la viuda, aunque su mujer hacía el esfuerzo de satisfacerlo cuando él quería para seguir los consejos del médico y que no buscara fuera de casa lo que allí tenía.