viernes, 14 de febrero de 2014

CALADOS CANARIOS





























El origen de los calados parece estar localizado entre la frontera portuguesa y la provincia andaluza y extremeña, dada la similitud de determinadas técnicas que en el desarrollo insular, han encontrado una particular manera de manifestarse.
La confección de los calados se realizó dentro de la unidad de producción familiar, al menos hasta 1891, año en que comienza a organizarse bajo el esquema de explotación estilo madeirense. Ya en 1901, el éxito productor y el auge en la demanda externa, benefician la apertura de la primera casa exportadora de calados insular.
El principal centro receptor en esos momentos fue Londres, que además tenía el monopolio en el abastecimiento de las materias primas para la industria.
La mano de obra necesaria era eminentemente femenina, se obtenía básicamente, en el ámbito rural, y concretamente, en las zonas dedicadas a monocultivos agrícolas estacionales. 
 
Sin embargo, al acabar la Primera Guerra Mundial, la demanda de calados disminuyó considerablemente, y el número de caladoras fue mermando progresivamente hasta la década de 1950, momento en el que se crea la Sección Femenina, que reactiva este tipo de producción, dándole mucho auge.
Dentro de las actividades artesanas tradicionales de Canarias los calados siguen siendo considerados como uno de los trabajos más delicados y minuciosos del sector artesano. Podemos añadir, sin miedo a equivocarnos, que el calado ha sido la labor artesanal con mayor proyección en los mercados internacionales (Inglaterra, Estados Unidos, y en menor medida, Alemania y Francia). A lo largo del siglo XX, a pesar de la competencia extranjera (escocesa, madeirense y japonesa), esta producción logró mantenerse gracias a la mano de obra barata y femenina de los sectores populares más desfavorecidos. Así el intermediario y empresario aportaba la tela y compraba el producto final, la repartidora que servía de enlace con el empresario repartía las telas una vez marcadas y las caladoras realizaban el trabajo. El otro modo de producción era por encargo, donde el cliente daba la tela a la caladora a la vez que se acordaban un precio.
Ya en la década de los años sesenta del siglo XX, la transmisión de conocimientos y el mantenimiento del oficio de caladora jugó un papel relevante en los Talleres de Artesanía creados por la Sección Femenina en las distintas islas del Archipiélago. Situación que podemos transportar a nuestros días con la creación de Talleres de Empleo y Casas de Oficios.
La caladora realiza el trabajo dentro del ámbito doméstico, de manera que el bastidor o telas del calado, puede estar ubicado en alguna de las dependencias familiares. De esta forma, la artesana puede realizar su labor, de manera complementaria, a otras tareas u ocupaciones del hogar.
Para la ejecución de los calados, se utilizan unas herramientas que también podríamos encontrar en los trabajos de costura, es decir: tijeras pequeñas de punta fina, hilo para tensar (hilo carrete), agujas de calar y dedal. El elemento singular es el bastidor, que es una estructura de madera en la que se fija la tela para facilitar la tarea.
Cuando el bastidor que se utiliza es amplio, se recurre al uso de burras sobre las que apoyar para mantener la obra en horizontal, y bien fijada.