La familia de los
Sogas tenía un huerto grande dividido en
tres cadenas, pertenecientes al patriarca, Nicolasito el Soga. En
la época de las papas colaboraba toda su familia, desde el plantío, cavarlas,
azufrarlas hasta cortar la rama y cogerlas. La cogida de papas era una fiesta
familiar donde se reunían todos los miembros más algunos amigos allegados a la
familia. Aunque era una tarea dura la realizaban gustosamente, ya que era una
ocasión especial, les proporcionaba alimento y ayuda económica la mayor parte
del año. Era tradicional que después de la cogida se hiciera un sancocho. Los
días anteriores el viejo había comprado el pescado salado, el gofio y demás
elementos necesarios. Doña Azucena ponía el día anterior el pescado de remojo,
cambiándole regularmente el agua para desalarlo. Desde muy temprano se reunían
en las tierras para comenzar con la siega de la rama. Ésta no se desperdiciaba,
servía como alimento de los animales o se dejaba secar y servía de abono para
la tierra junto con el estiércol. Los más mañosos se encargaban de
desenterrarlas con cuidado para no picarlas. Las picadas se tenían que consumir
rápido porque si no se estropeaban. Eran aprovechadas para el sancocho. Se
recogían en cestos. Cuando terminaban las sacaban a la orilla de la tierra para
transportarlas al lugar donde las conservaban. Los lugares de almacenaje eran
los pajares y alpendres, cuevas o en la propia casa, alejándolas de la luz en
lugares frescos para su conservación.
Mientras tanto las mujeres se retiraban a casa con las
papas picadas para ir preparando el sancocho, así cuando los hombres acabaran
con su tarea estaría la comida a punto de terminar. Ellas se repartían las
tareas, unas se ponían a raspar las papas mientras los chiquillos las iban
lavando, un gran caldero encina de la cocina de leña para que el agua se fuera
calentando, mientras otras preparaban el pescado salado.
Doña Azucena era muy mañosa en la cocina, se había traído
unas pimientas del huerto para preparar un buen mojo para acompañar,
imprescindible en un buen sancocho. Solía preparar dos mojos, uno picón para
los hombres y algunas mujeres que se atrevían, y otro más suave para el resto
de mujeres y niños. Con el picón había que tener cuidado puesto que si se
preparaba muy fuerte se les podían saltar hasta las lágrimas a más de uno. Era
momento de ajetreo en la casa, pero todos muy contentos. Llegaban los hombres y
se sentaban por los alrededores disfrutando de los buenos olores que salían de
la cocina. En el humeante horno el pan estaba preparado. Uno de los hombres
cogía un puñado de ramas de incienso para barrer y limpiar el horno de brasas y
cenizas. Cuando el patriarca llegaba se iba directo a la mesa. Ella le había
sacado el gofio, el cacharro y todo lo necesario para amasar la pella. El honor
de amasar se confiaba a los más viejos, en este caso al patriarca del clan, no
les gustaba que otros hicieran ese trabajo.
Cuando todo estaba listo, los primeros que comían eran
los más pequeños, para que luego se fueran a jugar y no dieran la lata. Los
hombres se sentaban todos juntos y eran atendidos por las mujeres, ellas comían
juntas y casi siempre en último lugar. La mesa estaba alegre con el sancocho de
papas recién cogidas. A cada comensal se le ponían papas, unos trozos de
pescado y una pella de gofio. Cada uno se servía la cantidad de mojo a su
gusto. Para la ocasión estaba el garrafón de ron y otro de vino, cada cual se
servía lo que le gustaba. Cuando acababan de comer las mujeres empezaban a recoger
la mesa para lavar la loza y dejar todo recogido.
Con el estómago lleno y agradecido, unos vinos y rones
encima, aparecen la guitarra, bandurria y el timple, que son los protagonistas
del evento a partir de ese momento. Algunos aprovechan para echar la siesta,
mientras otros siguen la parranda. Ya ensalzados, cuando las mujeres habían
terminado con las tareas del hogar se unen a estos y comienzan los bailes,
acabando por la tardecita. La cosecha de papas había sido buena y tendrían para
comer un buen tiempo y vender para cubrir gastos y sacar algún beneficio.